viernes, 5 de noviembre de 2010

Queloides. ¿Raza y racismo en el arte cubano contemporáneo o raza y racismo en Cuba?


María Magdalena Campos. Not Just Another Day. 1999. Still de video


En las artes plásticas cubanas la utilización de la imagen del negro como imagen de una raza ha gozado de todas las manipulaciones habidas y por haber. Lo más común ha sido explotarla desde el punto de vista religioso, ora folclorista, ora emparentando -empastando- conceptos de raza e identidad a fin de tamizar o eludir un punto que debido a las connotaciones políticas que podría acarrear su disección por lo delicado de su tratamiento, pocos se atreven a tocar. La crítica, salvo excepciones, ha hecho lo mismo.
Ariel Ribeaux
No había muchos negros haciendo crítica de arte en Cuba cuando Ariel Ribeaux escribió ese magnífico ensayo titulado Ni músico ni deportista. Y no creo que el panorama haya cambiado mucho por el momento. En mi salón de la Facultad de Artes y Letras, de la Universidad de La Habana no habría más de media docena de negros (entre más de 50 estudiantes) en el año 1990, y no me consta que alguno de ellos sea hoy día un crítico, historiador o curador reconocido. Me permito este dato autobiográfico para que se entienda de qué estoy hablando cuando hablo de racismo en Cuba. También para que se tenga en cuenta que las expresiones del racismo son más sutiles y complicadas de lo que cotidianamente se percibe.
Por eso, probablemente la disyuntiva que pongo en el título de este artículo es una disyuntiva falsa. Ya podrán corroborarlo quienes han estado al tanto del desarrollo de la exposición Queloides: Raza y racismo en el arte cubano contemporáneo, que acaba de inaugurarse en Mattress Factory, de Pittsburg, después de haber sido desplegada en el Centro Wifredo Lam, de La Habana. Habrán notado que el proyecto llama la atención tanto sobre el racismo dentro de la sociedad y la cultura cubanas como dentro del repertorio de temas, discursos y argumentos del arte cubano contemporáneo. Pero yo acudo a la disyuntiva porque también pienso en dos maneras de entender el término “racismo”, el cual, dicho sea de paso, me sorprende que no haya sido censurado cuando la muestra se inauguró en La Habana.
Primero me atengo a la acepción común de “racismo”, que se refiere a la discriminación o la segregación por motivos de raza, o a la ideología o las doctrinas que justifican esas prácticas discriminatorias desde el supuesto de que hay razas inferiores a otras o de que hay razas condenadas a existir dentro de un estatus marginal y subordinado. Creo que con esas definiciones es que trabajaron los organizadores de Queloides, y de ahí se deduce que los artistas seleccionados construyen representaciones críticas, paródicas en muchos casos, de estereotipos raciales, que tienen que ver con la imagen del negro, tal y como ha sido elaborada históricamente en la intersección de razas que constituye la cultura cubana.
Esta noción de racismo es también política. No se trata de que las culturas “dialoguen” y se “fundan en un crisol”. Se trata de relaciones de poder, subordinación y subversión. Se trata de discursos, más o menos sutiles, o más o menos descarados, que se infiltran desde las esferas de poder y contaminan la manera en que la sociedad se percibe a sí misma. Se trata de mecanismos de manipulación que se ponen en juego para preservar el control. Se trata de juegos perversos, como el chantaje a que se somete a los negros en Cuba, bajo el supuesto de que han sido redimidos por la Revolución. Se trata también de los complejos, los resentimientos, las fobias y las paranoias desde las que el negro se ve a sí mismo y desde las que codifica sus relaciones con la sociedad.
Desde esa perspectiva es que Queloides no sólo llama la atención sobre ciertos procesos de representación en el arte cubano, sino sobre el origen histórico y la formación (incluso la transformación) que tienen esas representaciones en la sociedad cubana actual.
Pero pensar el racismo sólo desde ese ángulo puede conducir a creer que estos artistas están trabajando todo el tiempo con realidades externas, como si la raza fuera sólo un “asunto” más dentro de los pretextos que se tienen para reelaborar estéticamente las relaciones y las representaciones colectivas (como si en verdad hubiera una realidad externa a la actividad artística). Por eso creo que una definición complementaria del racismo (una definición no oficial, o no autorizada, digamos) es útil para comprender la manera en que muchos de los artistas de Queloides se están involucrando con el tema de las razas y las relaciones interraciales. En ese sentido pienso también el racismo como una forma de conciencia de la raza propia y de la raza del otro. Una manera de autoconciencia que permite al individuo distanciarse de sí mismo para verse como otro. Una conciencia a veces exasperada, a veces irritada, que se forma antes de expresarse como discurso desde o sobre la raza. Desde ese punto de vista –y solamente desde ese punto de vista- leo el subtítulo de la exposición, “raza y racismo en el arte cubano contemporáneo”, de una manera metafórica, no imaginando los modos en que el racismo es comentado desde el arte, sino los modos en que el racismo (esa conciencia enfática de la raza) atraviesa también el campo de la experiencia artística.
Para mi gusto, María Magdalena Campos es la artista cubana que ha logrado una mayor consistencia en esa reelaboración artística de la conciencia racial. Ella está entre los artistas que de manera más eficiente administran el equilibrio entre una visión crítica y una visión autocrítica de la raza propia. Está entre los que controlan mejor (porque el arte es una cuestión de control, a fin de cuentas) la correlación entre expresividad y formatividad, entre discurso y materia o entre subjetividad y técnica, cuando trabajan sobre el tema de lo racial. Y es una artista que no solamente trabaja desde una conciencia racial, sino también sexual, problematizando aún más esa doble percepción del yo, como identidad y como diferencia.
Afortunadamente, esa relación entre la raza y el género, definitoria también de obras como la de Marta María Pérez, René Peña o Elio Rodríguez, fue atendida desde el principio en el discurso curatorial y ha sido analizada de una manera bastante inteligente en las numerosas reseñas que se han hecho de la exposición. La conciencia de la raza es uno de los filtros por los que pasa la conciencia del cuerpo, y a lo que asistimos en Queloides es a la representación del cuerpo desde su implicación política y su localización histórica, desde su condición de cuerpo para uno y cuerpo para los demás.

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