jueves, 20 de enero de 2011

El segundo frente de Alinka Echeverría



Desde hace dos años, la fotógrafa mexicana Alinka Echeverría ha estado tomando fotos en el Segundo Frente, municipio cercano a Santiago de Cuba. La región fue el centro de operaciones del Segundo Frente Oriental Frak País, que se creó en 1958 con parte de la guerrilla dirigida por Fidel Castro. Considerado todavía como una zona militar, el Segundo Frente es también un monumento geográfico entre las montañas del oriente de Cuba; un lugar de difícil acceso, aislado en el espacio y refugiado en su propia memoria.
Este proyecto de Alinka Echeverría indaga en la memoria del lugar a través de la memoria de sus habitantes. Muchos de ellos son exguerrilleros que participaron en la insurrección cuando todavía eran jóvenes o adolescentes. Retratados en sus casas, junto a sus familiares, mostrando sus reliquias con nostalgia, estos ancianos son el rostro triste y arrugado de la utopía. 

 


El primer efecto que me provoca esta serie de fotos es de una extraña simpatía con estos soldados indefensos e inofensivos, que a veces enseñan sus armas como si fueran el último reducto de una dignidad vetusta como los muebles que les rodean. Aunque Alinka no se plantea esta serie como un proyecto estrictamente artístico (¿y qué es estrictamente artístico hoy día?) lo cierto es que el acercamiento que piden esas fotos es fundamentalmente estético y afectivo. Escoger el retrato como forma principal de representación hace que el tono documental –en principio sobrio y expositivo- se vea matizado por ese filtro emocional dado por la cercanía de los sujetos, al que además la autora aporta, con arriesgada premeditación, un uso retórico de la luz natural y del color.
Pese a la saturada expresividad de estas fotos, me gusta verlas como el resultado de un trabajo de antropología visual. Tal vez porque su lado documental se constituye a partir de la reinvención de un otro que se representa a sí mismo, o que se relata a sí mismo, o que se recuerda a sí mismo. Y también porque no es un proyecto que dependa exclusivamente de la fotografía, sino que se basa en técnicas de investigación, de recopilación de evidencias, de interacción y convivencia, de reconocimiento e infiltración (eso que en el lenguaje académico suele llamarse trabajo de campo). El resultado más evidente es que lo documental no aparece como una cualidad de la fotografía, sino como una forma de relación con los fotografiados. Y es una forma de relación también íntima, que le da al documento una cierta vitalidad, aunque sea desde el trasfondo de su propia melancolía.







Alinka Echeverría comenzó a trabajar este proyecto en enero de 2009, justo cuando se cumplían 50 años de la llegada al poder de Fidel Castro. Este es un dato que da especial significado al ensayo fotográfico, porque su tono conmemorativo viene asociado a la necesidad de hacer una historia que no siga los cauces de la historia oficial. Otro dato importante es que la serie se titula Cuba 1959: Segundo Frente. Que en el título esté mencionado el año 1959 y no el 2009 me parece todo un despliegue de exquisitez semántica, y es de una coherencia total con ese doble discurso de una fotografía que relata el pasado desde el presente, o el presente como si fuera una réplica luctuosa del pasado.











Cuba es un país fotogénico porque ahí todo es apariencia y exhibición, réplica y simulacro. Por eso es tan fotografiado y por eso mismo es tan difícil de fotografiar sin caer en las trampas de la escenografía local. El proyecto de Alinka Echeverría ya puede ser visto como una excepción loable en el panorama de una iconografía que, de tan superficial, se ha vuelto reaccionaria. Es además un buen paso para ir ubicando a esta fotógrafa entre los exponentes de más nítida personalidad en la profusa fotografía documental mexicana.