Sandra Ceballos y René Quintana. Close Up. 2001.
Tomado de http://www.thing.net/~cocofusco/closeup.html
Todo lleva a pensar que la integración de un campo intelectual dotado de una autonomía relativa es la condición de la aparición del intelectual autónomo, que no conoce ni quiere conocer más restricciones que las exigencias constitutivas de su proyecto creador.
Pierre Bourdieu
Rafael López Ramos ha publicado en su blog Los lirios del jardín una declaración de Sandra Ceballos que increpa a algunos de los actores que intervienen en el espacio del arte cubano. Yo veo en esa declaración por lo menos tres temas fundamentales: Primero, la leo como una impugnación a la intromisión autoritaria del Estado cubano en los procesos artísticos. En segundo lugar, interpreto parte del texto como una crítica a la inconsistencia y la frivolidad con que a menudo se asume la relación arte-política dentro del propio campo del arte. En tercer lugar, presiento que en general, Sandra trata de enfrentarnos a tres imperativos impostergables: la defensa de la especificidad del trabajo intelectual, la asunción de una responsabilidad cívica ante el Estado y ante la sociedad, y por último la restauración de una ética que en muchos sentidos se ha visto resquebrajada durante las últimas décadas.
En esos reclamos yo encuentro también un esfuerzo por reintegrar a la persona y al ciudadano en la figura del artista. Durante mucho tiempo hemos aceptado (y hasta celebrado) el hecho de que el arte cubano haya asumido funciones que deberían estar repartidas entre distintos actores sociales. Pero la verdad es que eso esconde muchas trampas. Una de ellas es que esas funciones han sido asumidas con ligereza y sometidas a imprevisibles negociaciones con los representantes del poder estatal. Otra es que esas funciones son inevitablemente distorsionadas y manipuladas por las prácticas y los discursos artísticos (de hecho, a lo que hemos asistido es a su insinuación, a su simulación o a su parodia).
Pero, sobre todo, eso ha incidido en la fractura entre el artista y el ciudadano. Primero porque si el arte se plantea como un simulacro de la política, entonces al artista no le queda más que asumirse como un simulacro de ciudadano. Pero además, si el artista considera que el espacio del arte es el espacio idóneo para ejercer (previa negociación) sus deberes como ciudadano, está evadiendo perversamente un montón de responsabilidades cívicas y morales, y está poniéndose él mismo al margen de los espacios de pluralidad e interacción donde la sociedad civil pudiera ejercer su función política. Yo quiero creer que cuando Sandra Ceballos pide que las obras de arte contengan “una estimulación inteligente para los cubanos” está convocando a asumir una función específicamente intelectual, pero cuando pide a los artistas que reclamen democracia, los está incitando a asumir sus funciones como ciudadanos, fuera del espacio escenográfico del arte.
Yo concluyo que, para cumplir con ambos reclamos, lo que hace falta en Cuba es un arte menos politizado y una política menos estetizada. Y en ese sentido, creo que al arte cubano le vendría bien tener una inteligencia (y también una intelligentsia) puesta en función de contribuir a esa autonomía del campo intelectual, que estudiaba Bordieu y a establecer de manera más nítida los límites (nunca definitivos, eso hay que reconocerlo) entre ese campo intelectual y el campo del poder.
Este es un punto que atañe específicamente a los críticos, los curadores, los historiadores del arte y otros expertos. Voy a poner un ejemplo para que se entienda mejor lo que está pasando. En octubre del año pasado el Espacio Aglutinador, que dirige Sandra Ceballos, organizó una muestra titulada ¡¡¡Curadores Go Home!!! Como se corrió el rumor de que asistirían conocidos opositores al gobierno cubano e, incluso, funcionarios extranjeros, el Consejo Nacional de las Artes Plásticas publicó una nota breve, pero desmesurada en sus acusaciones. Yo, como mucha gente, recibí decenas de mensajes de correo electrónico apoyando a Sandra y al espacio Aglutinador. Al final la exposición se hizo, y parece que sin mayores contratiempos. Pero después de eso yo no recibí ninguna reseña, ningún ensayo, ningún artículo escrito por algún crítico asistente a la exposición. Así que no tengo ninguna constancia de que la exposición fuera mala o buena, no puedo consultar ningún análisis especializado de las obras participantes y no puedo saber si, en términos estéticos, fue un proyecto valioso o no. Claro que vale la pena defender el derecho de Sandra Ceballos a promover el arte cubano (derecho que se ha ganado trabajando muy duro y dando mucho de sí misma), pero mientras nosotros empleamos nuestra energía en defender los derechos de Sandra, sus propios censores se encargan de decidir cuál es el arte que vale y cuál es el que no.
Mientras los actores del campo intelectual (artistas, críticos, curadores o historiadores) emplean su energía en un simulacro de participación política, los políticos (funcionarios, policías o militares) se ocupan de definir cuál es el buen arte, cuáles son los verdaderos artistas y cuáles obras merecen ser descalificadas. ¿No hay algo disfuncional en ese estado de cosas?