domingo, 28 de septiembre de 2008

Arturo Cuenca y yo. Imagen, Espectador y otros temas inconclusos

Yo no vi las exposiciones Imagen y Espectador, que hizo Arturo Cuenca entre 1982 y 1983. Una vez le dije que las había visto, pero era mentira. En esos años yo no sabía lo que era visitar una galería de arte o un museo. Yo estudiaba matemáticas en Ciudad Libertad y lo más cercano que estuve del mundo del arte fue por una bronca que se formó una vez que unos muchachos del barrio fueron a la vecina escuela de San Alejandro a fajarse con los estudiantes de arte y gritarles que eran todos unos maricones.

Sin embargo, a veces creo haber estado en esas exposiciones de Cuenca. Tengo una relación de cercanía personal con esos proyectos. Y mantengo la hipótesis de que ambos merecen ser recordados entre lo mejor que dio el arte cubano a principios de los años 80.

Continuar con este tema me obliga a hacer una reflexión más biográfica. Yo nunca he podido escribir un artículo analizando la obra de Arturo Cuenca. Cada vez que lo intento desisto apenas al principio. Y no creo que sea por una cuestión intelectual. Entiendo y me identifico mucho con las ideas de Cuenca sobre la imagen, la fotografía y otros temas que me influyeron extraordinariamente al principio de mi carrera. Creo que la dificultad está más bien en la relación afectiva tan fuerte que mantengo con esa obra y con lo que representa su autor para el arte cubano. Esa conexión afectiva adquiere a veces rasgos enigmáticos, que no puedo racionalizar y que bloquean un poco mi impulso inicial a analizar esas obras.

Todo este preámbulo se justifica porque he recuperado un texto -inconcluso, por supuesto- en el que expongo, de manera muy especulativa, mi opinión sobre los proyectos Imagen y Espectador y las suposiciones que mantengo sobre lo que hubieran podido significar para el desarrollo conceptual de la fotografía cubana.

Entre 1982 y 1983, cuando Arturo Cuenca realizó en La Habana sus exposiciones Imagen y Espectador, estaba creando un paréntesis dentro del transcurrir de la fotografía cubana. Hasta el momento la fotografía en Cuba había estado evolucionando dentro de los cauces del documentalismo, desde una fascinación por lo épico hacia una fascinación por la época. Los fotógrafos cubanos, al contrario de su propia creencia, no habían conceptualizado la relación de la imagen con la historia. Simplemente habían pasado de la ilusión de que el presente era la causa de la historia, a la sensación de que el presente (con su fugacidad de tiempo y espacio) podía representarse como un fenómeno al margen de la historia. Tuvieron que pasar 10 años para que algunos artistas (pienso especialmente en Manuel Piña, Eduardo Muñoz y Carlos Garaicoa) comenzaran a cuestionar desde su obra la relación entre la historia y la imagen.

Nunca he podido pensar la obra de esos tres artistas sin tener presente el antecedente de Arturo Cuenca. Sin embargo, cuando digo que las exposiciones de Cuenca fueron un paréntesis, pienso sobre todo en su autosuficiencia respecto a la propia historia de la fotografía cubana. Es contradictorio, pero probablemente un fotógrafo de corte burgués como Joaquín Blez tuvo más repercusiones en la poética de los fotógrafos jóvenes que un artista radical y revolucionario como Cuenca. Tal vez la causa esté en lo muy personal que era la obra de Cuenca a principios de los 80, y en lo mucho que dependía de una energía y un temperamento difícilmente transferibles. En eso también se sustentaba la dosis de originalidad que aportaba este artista, y que no era muy común en el campo de la fotografía cubana.

También creo que a principios de los años 80 no había condiciones para un desarrollo intelectual y estético tan radical entre los fotógrafos que trabajaban en Cuba. En consecuencia, la presencia de Arturo Cuenca durante más de 10 años dentro de la fotografía cubana no llegó a ser el detonante de una nueva actitud estética y conceptual hacia el medio fotográfico. En todo caso, quedó como un antecedente y, posiblemente, como un presentimiento de la posibilidad de esos cambios.

En relación con esto hay un punto sobre el que siempre he tenido la tentación de especular. Exposiciones como Imagen y Espectador pudieron haber sido para la fotografía cubana el equivalente de lo que Volumen I fue para el resto de las artes plásticas. Como he sugerido antes, si no ocurrió así es porque Volumen I surgía en coherencia con una tendencia histórica del arte cubano –tendencia que tal vez había sido obstruida temporalmente por los intentos de subordinar la actividad artística al programa ideológico del gobierno cubano.Mientras tanto, Arturo Cuenca estaba trastornando la lógica y la historia propias de la fotografía cubana y estaba poniendo en crisis el núcleo ideológico en que se ha basado la fotografía documental desde su origen.

Por otra parte, lo que mayoritariamente parecía proponer Volumen I era una producción artística definible desde el cruce entre lo antropológico y lo histórico; capaz de ubicarse en esa encrucijada para, desde ahí, renovar –e incluso, reciclar- lo estético. Y capaz también de trastornar desde ese punto crítico la estructura jerárquica que separaba a las llamadas alta y baja cultura. Por cierto, hay que subrayar que tampoco esas propuestas tuvieron muchas repercusiones en la fotografía cubana de los 80, salvo por la excepcional obra de Marta María Pérez. (1)

Creo que todos esos elementos son importantes para entender también el protagonismo que tuvo la crítica de arte (particularmente el trabajo de Gerardo Mosquera) en la conformación de un esquema programático dentro del arte cubano a partir de Volumen I. Es un tema sobre el que me gustará volver en otro artículo, porque merece un análisis un poquito más minucioso.

Es verdad que Cuenca no era el único que se inclinaba por investigar la naturaleza de la imagen, las zonas enigmáticas de lo imaginario o su relación con los procesos de percepción y conocimiento. Simplemente él no lo hacía siguiendo la huella que habían dejado la etnología y la antropología en el arte (como sí parecían hacer Bedia y Elso, por poner dos ejemplos). Y tal vez sea pura coincidencia, pero lo cierto es que él se mantuvo al margen de ciertas percepciones de la cultura popular que, a posteriori, derivaron en metodologías recurrentes, que ya a mediados de la década de 1990 hacían reconocible (y también previsible) mucha de la producción artística cubana.

Mis conversaciones con Manuel Piña (disponibles en mi blog Página en blanco) seguramente me llevarán a retomar algunas de estas ideas, sobre las que vale la pena detenerse con más profundidad. Mientras tanto, ésta es una invitación a conversar sobre el tema y una manera personal de "romper el hechizo".

(1) También a principios de los 90 podía verse en la producción de María Magdalena Campos una asimilación de discursos provenientes de la antropología y los estudios culturales, que sostenían y sostienen toda su reflexión sobre las identidades étnicas y de género, que otorgan al documento fotográfico un lugar central dentro de su trabajo. Algunas de esas ideas han fructificado ya, de manera más intuitiva que conceptualizada, en la obra de otros fotógrafos como René Peña y Juan Carlos Alom.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Kattia García en Zone Zero (La boda, algunas comparaciones y otros recuerdos)

kattia garcía

Veo con mucho gusto que están en Zone Zero las fotografías de Kattia García, pertenecientes a su ensayo "La boda", de 1989. Ese es un trabajo que está hecho desde una perspectiva femenina, lo que en la fotografía cubana no era muy usual en aquella época. Si descontamos las series "Para concebir" (1986) y "Recuerdos de nuestro bebé" (1988) de Marta María Pérez, y "Una historia en 70 páginas" (1988) de Consuelo Castañeda, no quedan muchos otros ejemplos contemporáneos del uso de la fotografía para realizar lo que la historiadora Dannys Montes de Oca califica como "socialización del género". Me queda pendiente discutir el énfasis que pone Dannys en presentar la obra de María Eugenia Haya (Marucha) como introductorio de una "lógica de la diferenciación de género" en la fotografía cubana. Respeto mucho los aportes de Marucha, pero todavía no estoy convencido de que vengan en esa dirección.

En lo que sí coincido con Dannys es en reconocer la perfección formal de "La boda" y su aporte en el relato de un cuerpo femenino sometido (casi con violencia) a las convenciones y los instrumentos del ritual del matrimonio. Dannys lo describe muy bien, en uno de los pasajes más elocuentes de su texto:

La novia, puesta al desnudo por Katia, (y no precisamente por Duchamp) establece lazos cuyas lías y nudos nunca dejan espacio al erotismo y la fantasía visual de la ceremonia tradicional. Deviene un calvario de pequeños sucesos que la autora pulsa con empeño moviéndonos de lo sublime a lo ridículo, de la risa a la congoja, y de la esperanza al dolor. Cada “cuadro” presenta la boda como opción, escape, o búsqueda de soluciones. Tanto el ritual de vestirse como los atuendos (la novia que se asea, se pinta las manos, se hace los rolos (sic), se peina, entra en la saya paradera, se ahoga de calor, se mira ante el espejo) nos presentan su entorno, sus circunstancia, su familia, sus amigos y vecinos. Ventanas y puertas, luces naturales o artificiales sugieren escape, salida de aquel espacio pequeño, claustrofóbico, pobre, necesitado. Finalmente, vestida y desesperada, la novia sale a la calle, al carro elegante, al salón protocolar. Su mirada esquiva, ausente, poco o nada nos dice de su felicidad.

Este es uno de los mejores ensayos fotográficos realizados en Cuba, en el tránsito de la década de 1980 a la de 1990. A partir de esta obra yo comencé a mirar la fotografía documental cubana con menos prejuicios. Es decir, me sentí más confiado ante la posibilidad de que se hiciera una foto documental con inteligencia, con agudeza, con un sentido crítico de la realidad y con elementos conceptuales que fueran sólidos sin ser abrumadores.

Durante las décadas anteriores solamente se podía constatar esta veta intelectual en unos pocos fotógrafos (ahora sólo se me ocurren Mario García Joya, Marucha y Jesse Fernández, cuyo paso por la fotografía cubana fue tan fugaz como inobviable). Los otros "clásicos" de la fotografía cubana (pienso en figuras como Constantino Arias y Raúl Corrales) hicieron más gala de intuición que de intelectualización, trabajaron más desde el ojo y el control técnico del dispositivo fotográfico que desde la conceptualización del hecho fotográfico.

Con "La boda", de Kattia García (y, casi simultáneamente, con "Zoo-logos", de Eduardo Muñoz Ordoqui) yo abrigué la esperanza de que la fotografía cubana iniciaría una nueva etapa, en la que se harían más consistentes las combinaciones entre el dominio técnico, la agudeza visual y la intencionalidad conceptual. Ahora no soy tan optimista, porque he notado que la balanza siempre se inclina de un lado o del otro, y que es muy difícil encontrar fotógrafos que tengan ese grado de integridad. Por el momento "La boda" de Kattia García sigue siendo una honrosa excepción...